Su hija Teodora le escribió esta carta sin destino posible...O no, porque los recuerdos siempre llegan:
CARTA SIN DESTINO
¡Hola papá! Como me emociona llamarte cuando han pasado muchas décadas sin poder hacerlo.
Quiero dejar claro; tú no tenÃas las manos manchadas de sangre, lo sabÃamos nosotros y en tu defensa no dejaste de repetirlo. Cuando habÃan pasado cuatro décadas y la dictadura terminó, en el certificado de defunción, fechado el cinco de octubre de mil novecientos setenta y nueve, figuraba: Heliodoro de Arriba, asiste a Consejo de Guerra el 20-6-41 y finalmente, es entregado al piquete de ejecución el 9-9-41. Para cumplimiento de condena por:
DELITO DE ADHESIÓN A LA REBELIÓN.
Muchos años callamos tu muerte, por no oÃr la coletilla de la voz muda:
¡ALGO HABRÃA HECHO!
Papá además de vencidos hemos sido; derrotados, rojos, callados, en definitiva los malos.
No sabÃan que en nuestras pequeñas vidas, la semilla del buen hacer, principios, valores, ética, todo lo que durante tanto tiempo abonasteis, estaba ya germinando.
En tu carta de despedida, nos decÃas: «chiquitines cuidar y obedecer a mamá».
Tu consejo lo hemos llevado por bandera.
En tu carta del último adiós también nos decÃas:
«No siento mi muerte, me duele el desamparo que te dejo mi amor»
¡Fue muy duro!
Y llegaron muchas voces: los pequeños al orfanato y las dos mayores de niñeras. La respuesta de mamá, fue siempre la misma:
«Cuando de noche cierre la puerta, mis hijos estarán conmigo»
¡Fue una madre coraje!
Artesana de todo; ¡hasta nos confeccionaba las zapatillas!. Cerca de casa habÃa un estercolero, recogÃa las zapatillas viejas, sus suelas, después de limpias, las dejaba en el número correspondiente, si era invierno de paño, si verano de lana. Antes de empezar a transformarlas nos preguntaba, a gusto del consumidor ¿una o dos ondas?
El coserlo a la suela requerÃa mucha fuerza, un alicate tirando de la aguja y su lengua sacada para hacer más fuerza. La imitábamos como gracia.
Los primeros momentos fueron muy duros.
¿Te acuerdas de aquella canción? Desde Santurce a Bilbao vengo por toda la rÃa……Eso fue lo primero que hicimos, vender sardinas; una caja de madera, las sardinas bien colocadas, una cuerda a los lados en forma de agarrador ¡ A la sardina fresca por docenas! Este era nuestro grito recorriendo las calles. Esto lo hacÃamos mamá y yo. Los pequeños al colegio. Nunca pedimos limosna.
Mamá murió a los 55 años. HabÃa cumplido su cometido. Estaba muy cansada y tenÃa el corazón roto de tanto sufrimiento. Abrió las alas, las que tantas veces nos sirvieron de cobijo y voló alto, muy alto.
Papá tu muerte fue un vacÃo dramático con el que siempre hemos vivido pero nos quedaron tus recuerdos:
Aquel juego, tú sentado y nosotros haciendo cola para acomodarnos en tus rodillas que se ponÃan en marcha al grito de: Al trote, al trote, al galope, al galope. Los dos pequeños no alcanzaban y yo los aupaba.
Otro recuerdo, este más goloso. Cuando te acompañaba al mercado de Torrijos, habÃa un puesto pequeño rodeado de una bandera republicana, en su cumbre una bandeja de pestiños, con su pincelada de rica miel. Una mujercita atendÃa a la clientela, mi mano agarrada a la tuya muy apretada, mis ojos fijos en tu mirada esperando un sà o un no y mi triste pregunta. ¿No hay centimitos.
Tengo casi noventa años y quiero seguir aprendiendo. Toda mi vida he tenido un recuerdo de un deseo que tenÃas para nosotros. En una reunión con tus amigos, cuando se marchaban les enseñaste a tus hijas, estábamos ya en la cama, dorada y negra, dos a la cabecera y otros dos a los pies. El rey de la casa (el deseado) estaba en su cunita en vuestra habitación. Abriste la puerta y te oà este comentario: «Mis hijas llegarán a la universidad». Luchamos por ello.
Lamentablemente, no llegamos a la universidad pero fuimos buenos profesionales. Tus nietos y biznietos son titulados.
He dejado este recuerdo para el último por la impresión tan horrible que me causó, llevarÃamos un año de guerra, en el colegio para compensar el horror que estábamos viviendo, nos llevaban al cine TÃvoli de la calle Alcalá ponÃan ¡Botón de Ancla!, de repente se apagó la pantalla y nuestros profesores muy deprisa nos pusieron a hacer filas. En la puerta esperaban nuestros familiares, allà estabas tú papá, cogiste a los pequeños de tus manos y nosotras de las suyas y nunca podré olvidar la canción que cantábamos:
¡A tapar la calle que no pase nadie!
Asà fuimos, Alcalá arriba hasta Goya, donde nos encontramos un espectáculo dantesco, un atentado en los bajos del cine Salamanca, habÃa mucha pólvora, ya que allà se rellenaban las balas. La calle Torrijos, junto con sus salidas de metro habÃan saltado por los aires. ¡Terrible!
Ante tal horror, tú nos dijiste: «Cerrar los ojos, ahora jugaremos a la gallinita ciega!
Este tremendo atentado, se ha silenciado y ya han pasado más de 80 años.
Papá en toda nuestra vida no te hemos olvidado y siempre te hemos sentido muy cerca.
¡Te seguimos queriendo!
Teodora de Arriba