Testimonios

Testigos de la Guerra Civil y de la represi贸n nos cuentan en primera persona sus vivencias. Si puedes aportar alg煤n testimonio, ponte en contacto con la asociaci贸n.

Memoria Viva Luis Froufe Carlos

Salamanca capital
Domingo, 30 de julio de 2017

INTROITO

Me dijeron que en el acto Memoria Viva se pretendía que expusiéramos cómo soportamos y cómo influyo en nuestras vidas la represión franquista que sufrió la familia. Me dijeron que disponía de 20 minutos, que a mí me parecieron mucho tiempo y temí que mi frágil memoria nonagenaria me jugase alguna mala pasada, pues con frecuencia desde el arabesco de una rama olvidaba el tronco de donde había salido.

Así, pues, este texto fue en un principio un simple guión,  poco a poco se fue transformando en algo con un contenido más detallado hasta tener islas de memoria que conformaron el archipiélago de mis múltiples vivencias. En cualquier caso islas-memoria inconexas; y así quedó.

Pero me di cuenta de que para exponer lo escrito necesitaría bastante más de los 20 minutos otorgados. Así, pues, una buena parte del texto se quedó en el tintero. Helo aquí íntegro, con alguna expresión corregida.

 

Memoria viva

(Así influyó en mi infancia la represión franquista)

Éramos diez hermanos.

Pese a las dificultades económicas y de otro tipo, éramos una familia feliz.

Vivíamos en el barrio del matadero, en la orilla izquierda del Tormes; digamos a extramuros de la ciudad. Barrio obrero y humilde con una bella vista de la ciudad reflejada en las aguas del río.

Juan Manuel, el mayor, hábiles manos que todo lo arreglaban; Agustinita, viviendo un mundo espiritual etéreo; Jenaro, el artista de la familia que bailaba el charro de maravilla -como su padre- extremo derecha de la Unión Deportiva Salamanca, miembro de La Tuna estudiantil; José Benito (familiarmente Nito) todo lo contrario, pesadote y socarrón, rata de biblioteca; Agustín (familiarmente Tin), el idealista, alegre, activo y siempre rodeado de niños; Aníbal, el poeta, el soñador, el romántico, el despistado; Jesús (familiarmente Chus), la juventud dispuesta a conquistar el mundo; Adela guasona; Maruja pionera, y yo con mi tirachinas.

Dos médicos, un abogado, un estudiante de filosofía y letras, tres de bachillerato y yo preparando el examen de ingreso en el instituto, así como un secretario de ayuntamiento constituíamos un foco de cultura que inevitablemente se irradiada a los habitantes del barrio. Recuerdo a mis hermanos conviviendo a diario con el zapatero que remendaba nuestros zapatos a dos pasos de casa; al barbero, bastante miedoso por cierto, que los hermanos estudiantes de medicina asustaban de noche con calaveras humanas; al lechero y a simples obreros, jugando en casa al parchís (pero con una reglas de juego completamente diferentes de las que habitualmente se usan, !menudas trifulcas organizaban!, al ajedrez o a las damas....O simplemente se reunían y charlaban. También había gente que no nos quería.

Yo mismo, en mi infancia, recibí el beneficio de ese ambiente. Agustín, convertido en mi maestro,  preparaba mi ingreso en el instituto; recuerdo cómo me explicaba, con un vaso de agua y una gota de aceite, la redondez de los mundos, del Sol, de la Luna, de la Tierra, de las estrellas. Cómo me hacía leer el libro "Historia de la Humanidad", del autor holandés Hendrik van Loon, (no un texto a estudiar, sino una casi narración) y tenía que copiar los dibujos a plumilla con que el  mismo autor amenizaban el texto: 1) Aquella gran montaña de granito situada muy al norte donde cada milenio un pajarillo se afilaba el pico; cuando por el roce la montaña haya desaparecido habrá transcurrido un minuto de eternidad; !ahora quisiera tener la imaginación infantil de entonces! 2) Aquella página donde en las aguas del mar nacieron los primeros animales de formas extrañas para pasar después a peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos y allá, en la cúspide de la montaña, el hombre, resultado final de la evolución. 3) La página donde se comparan los tiempos de la historia y la prehistoria: Un pequeño trazo de centímetro y medio representaba los tiempos históricos, unos cuantos milenios; una línea quebrada que ocupaba toda la página era el tiempo prehistórico de uno o dos millones de años.  Y Aníbal, alumno de Miguel de Unamuno en la asignatura de griego, me hizo aprender el alfabeto griego, "alfa, beta, gamma, delta...", y....y yo tenía 10 años, y me gustaba jugar sobre todas las cosas y dejaba mensajes escritos a mis hermanos: "Luis Froufe Carlos no quiere estudiar"  Y ellos, sin que yo me diera cuenta, me hacían estudiar.

!Ciertamente éramos una familia feliz!

Pero la sublevación militar de julio de 1936 convirtió, en un abrir y cerrar de ojos,  esta felicidad en tragedia.

Éramos diez hermanos. Ocho pasamos por las cárceles y presidios del franquismo. No así Agustinita porque sufría una discapacidad mental; por este hecho no fue tampoco la madre a la cárcel.

Jenaro militaba en la Falange; Agustín en el Partido Comunista. Agustín fue detenido, juzgado y condenado a muerte (causa 395). Comienza  la tragedia. Pero no; los odios de la guerra civil no anidaron en el seno de la familia. Jenaro movilizó todas sus influencias para que  lo recibiera la Junta Militar de Burgos, y de rodillas, materialmente de rodillas, consiguió la conmutación de la pena de muerte de Agustín por la de treinta años. Aunque fue inútil; los militares volvieron a juzgarle y condenarle  a muerte (causa 1639) y esta vez no dieron opción a Jenaro para impedir su ejecución.

No; la hiena de la guerra civil no tuvo carroña que comer en la familia. El latigazo lo sufrimos todos con igual intensidad. Sin embargo, durante el encarcelamiento de Agustín, el lazo más fuerte de cariño fraternal se dio entre estos dos hermanos, los dos idealistas; su íntimo intercambio de cartas, nunca leídas por el resto de la familia, fue voluntad de Jenaro de que con él fueran a su tumba, Fue Jenaro quien más sufrió de todos los miembros de la familia. También fue su sustento. 

Aquel 20 de junio de 1937 me despertaron los gritos de mi hermana Adela, "madre, ya lo han matado", gritos que aún resuenan en lo más hondo de mi ser. Aquel 20 de junio, un día después de que los franquistas tomaran Bilbao, junto a mi hermano fusilaron a cuatro compañeros más: Leandro Sánchez, Juan Iglesias Peral, Manuel Alba y  Manuel Fiz. !Cómo olvidarlos!

La familia me protegió de tanto sufrimiento enviándome largas temporadas con mi tía Paca y mi primo Fonsi, en Lumbrales, por lo que a veces se me escapan detalles de aquella dura etapa.  Por ejemplo, sólo muchos años más tarde Maruja me habló y memorizó  "El Juramento de los Froufe". Sólo sé que de vuelta a casa, en los veranos iba todas las tardes al cementerio a regar unas plantas sembradas en aquel túmulo de tierra. Y, mucho más tarde, a partir de mi desplazamiento definitivo a Madrid, volví, y sigo volviendo, prácticamente todos los 20 de junio a poner un clavel rojo sobre cada una de las tumbas de Leandro, Juan,  y Fiz y no pude hacerlo durante mucho tiempo sobre la de  Manuel Alba porque la familia lo trasladó a la tumba de sus padres donde él quería reposar, y yo ignoraba su emplazamiento.  Más tarde, aquel túmulo de tierra fue cubierto con una losa de mármol blanco. Y allá por los años 1948/49, tuve que sufrir la profanación de su tumba por un miserable que escribió a lápiz sobre el mármol blanco la palabra alemana "Heil" (hache, e, i, ele, que se pronuncia "hael", os sonará "heil Hitler"), y no saciada su maldad esa alimaña de entrañas emponzoñadas volvió a hacerlo por segunda vez. Dos veces tuve que borrar esa maldita palabra. !Qué contraste su odio con el último mensaje que recibimos de Agustín:

"Vuestro consuelo no es la venganza" !Contrasta su maldad con la inclusión de Agustín  en el acto de homenaje  que la Universidad de Salamanca tributó a la memoria del personal represaliado de la Universidad. En la placa  que nos entregaron se pueden leer estos versos de otro perseguido, esta vez por la Santa Inquisición: "Aquí la envidia y mentira - me tuvieron encerrado. - Dichoso el humilde estado -del sabio que se retira - de aqueste mundo malvado"

2. Fray Luis de León. Ese perverso individuo está incapacitado para  comprender por qué Maxi Vallejo tiene enmarcado el retrato de Agustín en la sala de espera de su despacho de abogado.

Fue al final del acto en la Universidad, en diciembre de 2006, estando aún en el Paraninfo, cuando se me acerca una joven, atenta asistente al acto, y me dice, así, de sopetón, "soy nieta de Alba". Julia, ¿dónde estás? Levántate; dime, !que abrazo nos dimos! Y en un próximo acto en el Memorial del cementerio llevó y me presentó a su madre, Eulalia, !hija de Alba! Tuve poco tiempo de disfrutar de su conversación, de su temple, de sus recuerdos, pero guardo de ella la valentía de no callarse, de enfrentarse...  !Aún veo y oigo a Julia cantarle La Internacional, puño en alto, ya en la tumba el cadáver de su madre y de su abuelo! Y así nació un cariño y una amistad fraterna: la de un hermano, una hija y una nieta de dos fusilados juntos.

He de reconocer que en mi infancia de 11 o 12 años en mi corazón anidó el deseo de  venganza y la vida perdió todo su valor. Me decía ¿por qué no moríamos matando? Fue mi hermana Adela quien me borró este negro sentimiento y me habló, para mí algo nuevo, del último mensaje de Agustín "vuestro consuelo no es la venganza" y este sencillo mensaje cambió mi visión del mundo. Me convertí en un niño bueno, tímido, introvertido, vergonzoso, servicial, que vivía mi propio mundo, encerrado en mí mismo. Lloraba y lloraba y soñaba que los konsomoles estaban haciendo realidad los ideales de mi hermano. Y cantaba la canción de los pioneros que había aprendido de Maruja: "Somos pioneros -la vanguardia del mundo, - del nuevo día - los mensajeros".  Y aprendí la Joven Guardia: "Somos la joven guardia - que va forjando el porvenir. - Nos templo la miseria - sabremos vencer o morir" Y por supuesto La Internacional y otras.  Y nunca sentí soledad.

Y ya con 14 o 15 años conocí una niña de 9 ó 10. Sólo contaba 4 ó 5 cuando el 24 agosto de 1936  mataron a su padre en Cañete de las Torres, Córdoba (sin causa ni documento alguno que justifique su fusilamiento), un crimen más, de un hombre bueno, sencillo, inocente, trabajador  y cumplidor de su deber, pero esta vez cometido por, yo decía, "por los míos"; y sentí rabia y pena, y cariño y al cabo de los años la enamoré y nos casamos. Una vez más fracasaron los odios que alimentan las hienas de una guerra civil. Pero también recibió los palos del lado franquista. Su tío don Raimundo, su segundo padre, maestro socialista fue destituido y encarcelado (Expediente N° 31/Legajo 264 AHP de Salamanca)  En libertad vivía de hacer contabilidades y dar clases particulares. Él, completando la obra de Agustín, me acabó de preparar para el examen de ingreso en la carrera de comercio que me valió para el ingreso en el instituto.

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En las primeras semanas después de la sublevación, nuestro padre que sufría condena en el penal del Dueso, Santoña, Santander, y por lo tanto en zona republicana, se comunicó con la familia por medio de la Cruz Roja para preguntar qué había sido de Agustín. Temía que lo hubiesen matado. Fue nuestro último contacto con el padre. Cuando las tropas franquistas toman Santander ¿qué fue de nuestro padre? Vivo o muerto, nada supimos en concreto, pero anidó en nuestro ánimo la esperanza de que nada irremediable le hubiese ocurrido. Y así como el fusilamiento de Agustín fue un rayo destructor que en un segundo hizo añicos toda esperanza y nos ahogó con un manto de desconsuelo, con el padre esa esperanza se fue desvaneciendo día a día, poco a poco, lenta, muy lentamente hasta que un día pasado un año o dos te domina la tristeza y te echas a llorar, y aceptas que también a él lo han matado. Tuvieron que pasar 77, !setenta y siete años!, para que el único sobreviviente de sus numerosos hijos recibiera información documentada (causa 138/36) de su trágico destino por medio de la Asociación Salamanca Memoria y Justicia (ASMJ), Asociación de la Memoria Histórica de Galicia y Severiano Delgado. El 3 de septiembre de 1936 mi padre embarca en Santander en el barco "Genoveva Fierro" con destino a Barcelona; en sus bodegas lleva a 200 pasajeros. A la altura del cabo de Peñas, Asturias, es apresado por el destructor "Velasco" de la marina sublevada y conducido al Ferrol. El juez instructor hace tres listas de pasajeros de mayor a menor  peligrosidad. En la lista primera aparecen 4 reclusos del Dueso y sin documento que justifique su ejecución son pasados por las armas el día 12 y enterrados en la fosa común del cementerio "Canido".  Cementerio desaparecido y los restos de la fosa común depositados bajo el altar de la iglesia San Rosendo. No habían pasado dos meses de la sublevación y fue la primera víctima de la familia. Después de recibir esta  información  entré en una especie de paz espiritual con el recuerdo de mi padre. Y aunque otras mil preguntas y respuestas sigan en el viento, al menos la angustia, que no la pena, desapareció. Los compañeros del Ferrol con los que contacté  hasta me hicieron llegar fotografía de la tapia donde fusilaban y también muy probablemente a mi padre. Hoy una placa recuerda: "EN LEMBRANZA DAS PERSOAS QUE POLA DEFENSA DA LIBERDADE E DA LEGALIDADE REPUBLICANA, FORON VICTIMAS DA REPRESIÓN FRANQUISTA 1936-1976 ANO DA MEMORIA 2006" Decidí ir a Ferrol pero una avería de salud que casi acaba conmigo lo impidió y, ahora, ..... no me atrevo a enfrentarme con esa tapia.

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Movilizados por el ejército franquista José Benito y Jesús, en cuanto se enteraron del fusilamiento del hermano, se pasan a la zona republicana. José Benito, como médico, prestó servicio en el ejército republicano como Teniente Médico. Aníbal, movilizado más tarde, también intenta pasarse a la zona republicana pero, traicionado, lo detienen en el intento; consejo sumarísimo de guerra, condena de muerte que no se cumple y la conmutan por la de 30 años. Por este delito pasó 20 años en las cárceles y presidios del franquismo, casi, casi, los de Marcos Ana. Terminada la guerra José Benito y Jesús son detenidos en Madrid. El primero sufre consejo de guerra y condena de muerte que afortunadamente no se ejecuta.

Jesús es trasladado a una cárcel de Peñarroya, zona del frente por donde se pasó a zona republicana. Era el hermano más próximo en edad conmigo. Recuerdo que por primera vez, en las fiestas de fin de año, debió de ser del 35 Chus me llevó de noche a la ciudad, la Plaza Mayor iluminada, aquellas máquinas de tren  donde se asaban patatas y castañas. Recuerdo aquel día que me peleaba con un chaval del barrio y salió la arpía de su madre gritándole "te he dicho que no juegues con hijos de rojos" y Chus que desde la ciudad regresaba a casa lo oyó y me recogió en brazos y me reconfortó. Recuerdo de nuestra despedida en el cuartel de infantería, recuerdo aquel, cómo llamarlo, ¿cuento? ¿fantasía? ¿sueño? ¿renacimiento? que me envió desde Écija y que en uno de los numerosos registros que hacía la policía en casa, se lo llevó (giraba en torna al fusilamiento de Agustín y a cómo debía yo enfrentar ese hecho) , conservo la carta que me escribió desde la cárcel de Peñarroya. En una cárcel de pueblo, mal acondicionada, muerto de hambre, vio pasar dos años, que a él le debieron de parecer una eternidad, sin que fuera juzgado. Conservamos cartas a su amigo Luis Cuevas en las que le decía cosas que se callaba a los familiares.  Quizá fuera el único preso con la preparación de un bachiller; fue nombrado cartero de la prisión y todos los días iba y venía de Peñarroya a Pueblonuevo. Incluso fue ordenanza del Juez Militar de Plaza, aunque por poco tiempo al desaparecer ese juzgado. En el año 1936, terminado sus estudios de bachillerato ya soñaba con iniciar una carrera; pero en el año 1941 se veía desesperado ante la sociedad sin oficio ni beneficio. Él también menospreció la vida; y quiso lo inalcanzable, escaparse y llegar a La Pérfida Albión por Gibraltar. Y preparó la fuga. Las noticias que nos llegaron son incompletas. Se ha escapado un grupo, en el monte han matado a varios, a otros los han cogido. ¿Qué le pasó a Jesús? Sufrimos la misma lenta desesperanza que ya habíamos experimentado con el padre. Mis contactos con las Asociaciones de la Memoria Histórica de Córdoba fueron infructuosos. Ha sido en el año 2011 cuando Francisco Espinosa, catedrático en Sevilla, con el que mantenía contacto Celina, mi mujer, en relación a datos que le interesaban para su libro sobre el comportamiento bueno o malo del clero en la guerra civil,  me envía la documentación que acredita parte de su desaparición. "Causa 185/41 Jesús Froufe Carlos y otros". El 3 de febrero de 1941 se fugaron ocho, en el monte mataron a tres, hicieron prisionero a uno y los otros cuatro lograron escapar y fueron incapaces de cogerlos. Muertos de hambre, en pleno monte obligaron a un pastor a matar un cabrito, guisarlo y comerlo y también le llevaron otro día una gallina robada para que se la guisaran. Ni con la ayuda del ejército consiguen cazarlos. Estuvieron 2 años buscándolos y el 4 de mayo de 1943 se suspenden las actuaciones de busca y captura. Pero ¿qué fue de ellos? Ni lo sé ni lo sabré. Yo he querido creer que en algún sitio y de alguna manera los mataron. Pero.... "desaparecidos" es un término que no añade nada a los acontecimientos, es un término vacío. Lo que más me duele y me hace temblar es la posibilidad de que murieran de inanición en el monte. Chus por nada del mundo volvería a la cárcel; prefirió morir.... Lo quiero recordar como en esa foto de jovencito montado en un caballo de cartón.

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Y Juan, el hermano mayor, por supuesto destituido de su cargo de secretario de Santa Marta, no fue llevado al frente por su edad pero, ya fusilado Agustín, fue encarcelado sin acusación alguna (sin causa) pero   "elemento francamente opuesto a nuestros ideales y enemigo por tanto del Glorioso Movimiento Nacional" (sic), que "ha sido castigado varias veces por repetidas faltas de disciplina" (sic), etc. Me llevaba 20 años; él Jenaro y José Benito fueron tres padres para mí. Era el único en la cárcel que no iba a misa los domingos y, en plena guerra, fue el único que se apuntó para ser canjeado por presos de la zona republicana. Los compañeros le decían que estaba loco, que lo iban a fusilar. También en él se manifestaba mi propio desprecio por la vida. Pero ni lo fusilaron ni lo canjearon y poco después volvieron a pedir voluntarios para ser canjeados y entonces se apuntaron doce. Y, en efecto; los llevan a Irún y en la frontera hacen el canje, hacen el canje de once y dejan a uno, es fácil adivinar a quien, a mi hermano, que lo dejaron en la cárcel de Azpeitia. El pueblo vasco ayudó en lo que pudo a los presos que no tenían a nadie que los atendiera y en el caso de mi hermano le asignaron a una vasca de caserío que hablaba pésimamente el castellano y lo escribía aún peor, Pilar Ayerbe; le visitaba, le lavaba la ropa, le llevaba algún dulce o algo de comer y poco a poco las rejas no fueron impedimento para enamorarse. Terminada la guerra trasladan a Juan a la cárcel de Salamanca y fue puesto en libertad en septiembre de 1940. Yo le esperaba en la puerta de la cárcel, corrimos y me levantó en brazos.

Fueron años de hambre, de hambre que no espera hartura. Años de supervivencia; ir a buscar alubias a la provincia de León con aquella especie de cananas para pasar desapercibidos y no se las confiscaran; tabaco rubio desde Portugal a Madrid en maletas de doble fondo conmigo para parecer un inocente padre y su hijo; incluso llevamos dos bicicletas en tren hasta Ciudad Rodrigo y de allí pedaleando hasta nuestro pueblo Puerto Seguro lindando con Portugal. No, no se me ha olvidado; un fin de año Juan me dice: "esta noche comerás todas las alubias que quieras" y, en efecto, comí cuantas pude. !Ah! !Y la historia del jamón que un buen día nos lleva Jenaro desde Extremadura! !Y el estraperlo, y el engaño a mi pobre madre que le dieron sal por azúcar. Y muchas más cosas.

Entramos en la recta final de la II Guerra Mundial liberado ya el sur de Francia. Se acerca el fin de la guerra y a continuación !hay que acabar con Franco! Juan, que ha establecido buenas amistades con los vascos por medio de Pilar, su novia, decide pasar a Francia con dos compañeros más  para unirse al ejército que pensaban se formaría contra la dictadura. Y guiados por aquellos amigos vascos por los montes de los Pirineos, los dejan junto al Bidasoa en zona vadeable y aunque son descubiertos y se lían a tiros con ellos no pueden impedir que lleguen a Francia sanos y salvos. Pero !ay! !Qué extraño! Tres individuos de Salamanca...!los consideraron agentes de la dictadura!

¿Cuántas veces la policía en sus periódicos registros  preguntaban una y otra vez por Juan. Hasta que una vez me cansé y les espeté: Está en Francia disfrutando de libertad. Los cretinos se sonrieron como si me hubiera ido de la lengua.

Muchos de estos acontecimientos los viví solo junto a mi sufrida madrecita, con ella y mi hermanita Agustina, en tanto el resto de la familia sufría prisión, se exiliaba o buscaba la supervivencia fuera de Salamanca.

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Y Adela llegó a ser torturada; y Maruja se caso con Luis, el amigo intimo de Jesús; y yo también llegué a la rebeldía y encontré a Juanjo Aparicio, Jesús V. Chamorro y otros - éramos estudiantes de bachillerato--y mi detención nos separó en el tiempo y en un acto en el Memorial del cementerio nos volvimos a encontrar después de tantos años. Pero este es un segundo capítulo de la misma historia, en parte ya escrito y del que esperamos su publicación-

He aquí pinceladas de la Memoria viva nonagenaria de la tragedia que sufrió mi familia y que moldeó mi vida.

Madrid, 1/2/2017

Luis Froufe Carlos

 

 

MI HERMOSA PLAZA MAYOR

Salamanca capital
Sábado, 17 de junio de 2017


A los nueve años mi mundo lo conformaba el Barrio del Matadero situado en la ribera izquierda del Tormes, y los campos aledaños. La ciudad, un simple reflejo en las aguas del río, era tierra ignota, sobre todo de noche, cuando cesaban nuestros juegos y nos recluíamos en casa.

Fue con motivo de las fiestas de fin de año del 1935 que mi hermano Jesús, familiarmente Chus, me llevó, para mí asombro, DE NOCHE, a la ciudad y descubrí la Plaza Mayor con su iluminación nocturna, y aquella máquina de tren en la que se asaban patatas y castañas; y por primera vez saboree aquella delicia humeante y ardiente de la que no se dejaba sin saborear ni la piel chamuscada. Un hecho que en la blanda arcilla de mi cerebro infantil grabaría profunda la impronta de mi recuerdo.

Desde entonces mi monumental, mi querida, mi admirada, mi hermosa y sorprendente Plaza Mayor,  con aquel entrañable aire provinciano: su templete de música, sus jardines, sus niños jugando en la tierra; ellas paseándola en redondo y en doble círculo en el sentido de las agujas del reloj y ellos en sentido contrario, encontrándose dos veces en cada vuelta, dando y recibiendo piropos.

Mi enamorada Plaza Mayor con su cine Coliseum, su Pasaje de la Caja de Ahorros, la cartilla a mi nombre y aquella hucha metálica que en la ranura por la que se metían las monedas tenía una lengueta que no las dejaba sacar -había que llevarla a la Caja y la abrían con llave-,  y su Biblioteca de la que teníamos derecho a llevarnos libros a casa para leerlos; esa querida plaza donde por primera vez aprendí el nombre de un arquitecto, el barroco Churriguera.

Pero un mal día de julio de 1936 unos perjuros a la República dieron orden de ametrallar a la ciudadanía congregada en la plaza y regaron de sangre su recinto: cinco muertos y numerosos heridos. Cierto es que no presencié tan sangriento acontecimiento pero si vi la camisa y el pantalón de mi hermano Agustín manchados de sangre  que, después de atender a los heridos, volvió a casa a cambiarse de ropa y regresar a la ciudad. Sí, fue en mi querida y violentada Plaza Mayor donde dio  comienzo, en Salamanca, la brutal represión que regó de sangre tantas cunetas y montes del país; se cumplía la orden del general Mola de aterrorizar a la población, ¿cómo?, !matando! Y... y Badajoz fue masacrada.

Aún en plena guerra civil, -consecuencia del fracaso de la sublevación militar-, año 1937, el impaciente ego del dictador hace esculpir su imagen, con ocasión de una visita a la ciudad, en uno de los medallones  de la iconografía original inconclusa reservados según la balaustrada a los grandes reyes, grandes capitanes, célebres sabios de ciencias y letras y grandes santos, e inaugura la de los GRANDES DICTADORES, dejando constancia de su desprecio por sus primeras víctimas en la mismísima plaza; para que quedase  constancia de la  humillación que tendríamos que  soportar cuantos fuimos vencidos y represaliados por la presencia de esa maldecida efigie del dictador en el mismísimo corazón de la ciudad, en el más emblemático de sus monumentos.  !Oh herida Noble Plaza Mayor! !Tu afrenta se ha prolongado durante ochenta interminables años!

Debió de ser por los años cincuenta cuando el dictador visita una vez más la ciudad y convierten el recinto de la plaza en patio de cuartel. Los entendidos tienen la palabra en cuanto a si el edificio ganó en monumentalidad;  lo cierto es que se hizo para llenar la plaza de fervientes admiradores sin que quedase un resquicio sin cubrir; lo cierto es que el recinto de mi querida Plaza Mayor  fue convertido en patio de cuartel al mismo tiempo que perdía su entrañable aire provinciano. Ya no hubo paseos en redondo; ya no hubo música en su desaparecido templete; ya no hubo jardines ni juego de niños. Y el medallón seguía agresivo y desafiante.

Pero no es menos cierto que la brutalidad de la dictadura no ha podido derrotar mis agradables recuerdos de y en la barroca y churrigueresca Plaza Mayor de Salamanca. Brutalidad y  crueldad que alimentó nuestro espíritu de resistencia.

Doy las gracias a cuantos de una manera incansable habéis peleado por la retirada del maldito medallón hasta conseguirlo.

Luis Froufe Carlos                                                                 Madrid, 09/05/2017


Victorino García Calzada

Salamanca capital
Lunes, 23 de enero de 2017

Mi abuelo Victorino García Calzada nació el 4 de septiembre de 1897 en Boada, trabajó de jornalero. Le gustaba leer pintar y dibujar en sus ratos libres. En 1921 se casó con Rosario Sánchez Moro, descendiente por vía parental de Julián Sánchez llamado "El Charro". Mi abuelo, hombre culto, a pesar de su condición de trabajador a sueldo, decidió que su futuro no debía estar ligado a un país donde los derechos de los trabajadores no estaban muy bien reconocidos y se marchó con mi abuela Rosario a Francia al poco tiempo de tener el primer hijo al que pusieron de nombre Juan. Allí encontró una vida digna, con un trabajo bien remunerado lo que les permitió crear una familia. En 1924 nació mi padre Andrés cerca de la frontera belga y un par de años más tarde mi tía Rosalía en Troyes, algo más al sur. Sé que cuando se instauró la república en 1931 mi abuelo llegó tarde a casa porque estuvieron festejando el acontecimiento en un bar del pueblo donde estaban viviendo.


Este hecho condicionó el futuro de su vida ya que al poco tiempo hicieron las maletas y se volvieron para España puesto que las condiciones políticas se habían equiparado a las francesas. Hasta el año 1936 mi abuelo siguió trabajando de jornalero, pintó el escudo de la república para la Sociedad de Socorro y fue secretario de La Casa del Pueblo de Retortillo ya que las condiciones de libertad, de educación (hubo un maestro de la Institución Libre de Enseñanza llamado D. Marcelino) de sanidad y sociales fueron mejorando con la contribución de los trabajadores como mi abuelo, hasta que estalló la guerra "incivil".


El día 9 de agosto de 1936 un camión conducido por falangistas se personó en el pueblo y D. José, que así se llamaba el cura, dejó que detuvieran a mi abuelo y a su cuñado, el hermano de mi abuela Rosario, Heliodoro. A ambos los metieron en la secretaría del ayuntamiento a modo de prisión en la que permanecieron toda la tarde y noche. La hermana de mi abuela, Nemesia, les llevó algo de comida que se la dio por un ventanuco. A la mañana siguiente los sacaron y los metieron en el camión con destino la cárcel de Salamanca. Fueron despedidos por los niños y niñas de la escuela forzados a salir de ella para despedirlos. Esa fue la última imagen que vio mi abuelo del pueblo de Retortillo: niños y niñas despidiéndole a la fuerza, las niñas lucían lazos blancos en el pelo, les dijeron que era en señal de paz, para que la guerra se terminara pronto (me lo ha contado mi madre que fue una de ellas).


El viaje duró poco, unos seis kilómetros, al llegar a los puentes de Castillejo en el río Yeltes, los bajaron y allí mismo los mataron, no sé los detalles ni me interesan, sé que viniendo con los cuerpos de los dos infortunados los abandonaron al pasar por el río Huebra, cerca de Muñoz, es posible que allí, junto a las tapias del cementerio o debajo de ellas, ya que fueron cambiadas de posición, sigan los restos de mi abuelo y del hermano de mi abuela que aún siguen gritando  MEMORIA, DIGNIDAD, JUSTICIA Y LIBERTAD!!


Victorino García Calderón


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