Testimonios

Testigos de la Guerra Civil y de la represi贸n nos cuentan en primera persona sus vivencias. Si puedes aportar alg煤n testimonio, ponte en contacto con la asociaci贸n.

Jaime Cortés, de Villoruela

Salamanca capital
Viernes, 9 de octubre de 2009
El Adelanto, 24 de agosto de 2003.

El 24 de agosto de 1936 fueron detenidos en Villoruela (Salamanca) los vecinos Eustasio Ramos de la Torre, Elías Rivas Miguel, Leonardo Cortés Ramos, Leoncio Cortés Ramos, Daniel Sánchez Paradinas, Esteban Hernández Hernández, Francisco García Lozano y Benigno Hidalgo Hernández. La detención fue realizada por tres falangistas forasteros, acompañados por varios vecinos de Villoruela. También fueron detenidos, y más tarde liberados, Antonio Jorge, Salomón Ramos, Serapio Lázaro y Félix Sánchez.

Los ocho detenidos fueron trasladados en camión hasta Salvadiós (Ávila), donde fueron asesinados a tiros y allí mismo enterrados, en el campo. El 13 de marzo de 1937 fueron inscritos como desaparecidos en el registro civil de Villoruela. El 21 de mayo de 1978 fueron exhumados de la fosa y enterrados en el cementerio de Villoruela.

Texto completo del testimonio de Jaime Cortés:

Hoy, hace 67 años, sucedieron los siguientes hechos. El 24 de agosto de 1936 hubo en Villoruela una gran tormenta con inundaciones, sobretodo en las eras. Esa misma tarde se presentaron en Villoruela tres falangistas; acompañados por vecinos del pueblo, se encargaron de detener a las siguientes personas:

Eustasio Ramos (51 años), Elías Rivas (43 años), Leonardo Cortés (43 años), Leoncio Cortés (41 años) (estos dos hermanos), Daniel Sánchez (35), Esteban Hernández (29) Francisco García (25) y Benigno Hidalgo (18), Antonio Jorge, Salomón Ramos, Serapio Ramos y Félix Sánchez.

Cuando fueron a detener a estas personas, los que fueron a buscarlos ya dieron contestaciones de carácter criminal a mi madre, Lucila. A la mujer de Leonardo Cortés, cuando salió a la puerta, le preguntaron que dónde estaba su marido; respondió que no sabía y la contestación fue: "No se preocupe, que aunque esté bajo tierra le encontraremos".

Daniel Sánchez estuvo jugándose la vida para salvar la de otras personas con sus mulas y su carro para cruzar la riada de la era sin tener en cuenta de qué color ni de qué partido eran. Cuando le fueron a buscar a casa les dijo la mujer: "Esperen ustedes, que se está quitando la ropa, está todo calado"; la contestación fue: "No se preocupe usted, que lo mismo loe va a dar". A Esteban Hernández, cuando fueron a casa les dijo su madre: "esperen, que no tiene calcetines"; la contestación fue: "no se preocupe, que no le van a hacer falta". A Benigno Hidalgo, cuando le fueron a buscar, les dijo su madre: "le tengo que poner una inyección"; "no se preocupe usted, se la vamos a poner nosotros", le contestaron.

Ya detenidos todos, les llevaron al Ayuntamiento y les ataron con cuerdas los pies y las manos. A unos por amistad y a otros porque trabajaban para ellos, sueltan a cuatro: Antonio Jorge, Salomón Ramos, Serapio Ramos y Félix Sánchez. Las otras ocho personas quedan detenidas en el Ayuntamiento.

Los señores que entonces componían el Ayuntamiento eran los siguientes: alcalde, Matías Martín; concejales, Cástulo de la Torre, Eufrasio Lázaro y Victorino Martín, y secretario, Juan Antonio Sánchez. Convocaron una reunión en casa de Cástulo de la Torre y deciden que las ocho personas que están detenidas deben ser fusiladas. Acuerdan nombrar a unos vecinos del pueblo para que vayan a fusilarlos.

A altas horas de la noche fueron a Villoría para ahablar con el señor Santos, propietario de un camión, que puso a disposición, y que fue conducido por su hijo, Julian González.

Ya en Villoruela, hicieron subir al camión a los ocho detenidos, aún atados de pies y manos, y los trasladaron al término de Salvadiós, un pueblo de la provincia de Ávila.

Allí, en un cruce de caminos, los fusilaron y los dejaros tirados. Allí mismo los enterraron unos vecinos de Salvadiós.

Hubo pueblos donde la intervención del alcalde y los curas dieron su fruto y no ocurrió nada, pero aquí parece que todos estuvieron de acuerdo.

Había también buenas personas en Villoruela que trataron de evitar que esto ocurriera, pero fue inútil. A María Engracia García y a Ángeles del Pozo se les ocurrió ir al convento a contarles a las monjas lo que estaba pasando y lo único que las monjas dijeron es que si no habían hecho nada por qué habían estado huyendo, a lo que muy acertadamente las vecinas antes citadas contestaron: "A Jesucristo también lo persiguieron y por nada lo crucificaron".

Los responsables de que ocurriera tal barbaridad fueron los del pueblo, el Ayuntamiento y los curas que en aquella época estaban en Villoruela.

Después del sufrimiento que nos había causado, nombraron ente los vecinos del pueblo una guardia llamada cívica cuya misión era privar nuestras salidas de casa, nuestras demostraciones de sufrimiento, entre otras cuantas cosas.

Nos pasábamos las noches enteras llorando con mi madre y mis abuelos en la cocina y el día esperando noticias para saber que habían hecho con ellos. Hasta pasados unos días no supimos que los habían fusilado.

Hace falta tener mucha paciencia y resignación para convivir toda una vida con los criminales que fusilaron a tu padre. Pueden hacerse una idea de las calamidades y sufrimientos que tuvimos que pasar. He tenido siempre muy presente una frase que mi madre nos decía con mucha frecuencia: "Hijos, no quiero veros nunca con las manos manchadas de sangre".

Muchas personas tendrán la incertidumbre de por qué los fusilaron. Pues bien, os diré que los únicos motivos que tuvieron fueron la forma de pensar diferente al franquismo, es decir, por defender la libertad, los derechos de los trabajadores, la seguridad social y la educación.

Quiero que la juventud, al menos de mi pueblo, Villoruela, entienda que los fusilaron por defender el derecho más grande de toda persona: la libertad.

Vecinos de Villoruela y de toda la provincia: ustedes saben que este año han estado expuestos al público los archivos de Villoruela, pero lo que no saben muchos de ustedes es que de fecha 15 de agosto de 1936 al 16 de junio de 1939 no existe ningún documento, ni libro de actas. ¿Quiénes fueron los que hicieron desaparecer dicha documentación?

En el libro de actas de defunciones aparecen con fecha 13 de marzo de 1937 inscritos por el juez Iñigo de la Torre estas ocho personas como desaparecidas, cosa incierta, ya que la verdad es que fueron fusilados. Para acreditación de estos hechos tengo unos permisos y unas acreditaciones oficiales de cuando se hizo el traslado de los restos de estas ocho personas, desde Salvadiós a Villoruela, el 21 de mayo de 1978. Todos ustedes, vecinos de Villoruela, saben que estas ocho personas fueron fusiladas; ahora nadie quiere ser responsable de estos hechos.

Tengo 74 años, me quedan pocos de vida y antes de morirme, si puedo, quiero dejar muy alto y muy claro la dignidad y la honradez de mi padre y de los demás mártires de Villoruela. Me hubiese gustado haberlo podido hacer hace 50 años, pero de todos es sabido que eso era imposible.

Todavía hay personas que piensan que no se deben decir estas cosas, que no se consigue nada. Tienen razón, pero al menos si tendremos el derecho de manifestar nuestras expresiones, pues en cuarenta años tuvimos que estar con la boca cerrada.

No quiero que sigamos como en el franquismo. Yo preguntaría a estas personas: si les hubiera pasado lo que a mí, ¿qué pensarían?

Yo puedo presumir de ir con la cabeza muy alta; los asesinos no tienen esa suerte. Las guerras no son buenas para nadie; siempre mueren inocentes y casi nunca los culpables.

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