Querido Abuelo, aunque nos privaron de
conocerte, después de muchos años de silencio, te hemos ido conociendo a través
del recuerdo de tu hijo, nuestro padre.
Nos contó que vivisteis
años muy difíciles, donde
imperaba la hambruna, la represión, la
injusticia, donde la libertad no existía
y los derechos humanos no tenían cabida.
Nos contó, que tú eras un gran luchador, eras valiente, decidido y que junto con algunos compañeros
quisisteis defender el pan de vuestros hijos y cambiar aquello que agravaba
vuestra miseria. Como Santos Inocentes (que tan bien reflejó D. Miguel Delibes)
de las dehesas de Vecinos, os unisteis para reclamar un poco de dignidad y de
justicia ante los «señoritos».
Fuisteis abanderados de los derechos
humanos, de la libertad y de la democracia que un golpe de estado os arrebató. Os enfrentasteis a ellos con la palabra y con
la fuerza que da el tener la razón.
Y eso os costó la vida.
Aquella mañana de agosto cuando os subieron al camión, tu tuviste la oportunidad de bajar alguien
intercedió por ti, pero no lo hiciste. Tu coraje, tu valentía y sobre todo la lealtad hacia tus compañeros, hizo que juntos
siguierais el mismo camino, camino hacia la muerte.
No os dieron ninguna explicación, ninguna oportunidad, ninguna justicia,
solo la barbarie y la sinrazón del que
solo tiene la fuerza de las armas. Vuestro viaje fue corto, a unos pocos kilómetros del pueblo, la cobardía del que tiene un
fusil, acabó con vosotros cuatro.
Juntos os fusilaron y juntos fuisteis
enterrados, ni la muerte logró separaros.
Os
quitaron del medio por vuestra inteligencia, erais peligrosos por vuestro pensamiento,
por vuestra palabra.
Ellos y el sistema no querían lumbreras,
no querían que el pueblo despertara de su letargo, querían gente sumisa, para ellos poder explotarlos
y hacer su voluntad. ¡¡Que injusticia!!
Dejaron familias destrozadas, un montón de hijos sin padre, y a unas madres
desoladas. Madres que afrontaron la dureza de la vida, la hambruna, la miseria
y sacaron a sus hijos adelante.
Querido abuelo, nos privaron de tus
abrazos, de tu inteligencia, de tus valores,
de tus enseñanzas.
El único consuelo que nos queda es, que
tu fusilamiento, y el de otros
compañeros, tus amigos, al final ha servido, para darle la razón a quien
siempre la ha tenido y siempre la tendrá: la libertad, la justicia y la
democracia de las que ellos os privaron.
Esperamos que esto jamás se vuelva a repetir.
Querido abuelo, estamos orgullosos de ti.
Descansa en Paz. Lucia
Montes Ramos